28 Entonces Josué, hijo de Nun, que desde joven era ayudante de Moisés, dijo:–¡Señor mío, Moisés, prohíbeles que lo hagan!
29 Pero Moisés le contestó:–¿Ya estás celoso por mí? ¡Ojalá el Señor diera su espíritu a todo su pueblo, y todos fueran profetas!
30 Entonces Moisés y los ancianos de Israel volvieron al campamento.
31 El Señor hizo que soplara del mar un viento que trajo bandadas de codornices, las cuales cayeron en el campamento y sus alrededores, cubriendo una distancia de hasta un día de camino alrededor del campamento, y formando una capa de casi un metro de altura.
32 Todo aquel día y toda la noche y todo el día siguiente, la gente estuvo recogiendo codornices. El que menos, recogió diez montones de codornices. Y las pusieron a secar en los alrededores del campamento.
33 Pero apenas estaban empezando a masticar los israelitas la carne de las codornices, cuando el Señor se enfureció contra ellos y los castigó, haciendo morir a mucha gente.
34 Por eso pusieron a aquel lugar el nombre de Quibrot-hataavá, porque allí enterraron a los que solo pensaban en comer.