20 —Porque tienen muy poca fe —les respondió Jesús—. Si tuvieran siquiera una fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrían decirle a aquella montaña que se quitara de en medio y se quitaría. Nada les sería imposible.
21 Pero este tipo de demonio no sale a menos que uno haya orado y ayunado.
22 Un día, estando aún en Galilea, les dijo:«Alguien me va a traicionar y me va a entregar a los que quieren matarme,
23 pero al tercer día resucitaré».Los discípulos se estremecieron de tristeza y temor.
24 Al llegar a Capernaúm, los cobradores de impuestos del templo le preguntaron a Pedro:—Tu Maestro, ¿paga impuestos?
25 —¡Claro que los paga! —les respondió Pedro—, e inmediatamente entró a la casa a hablarle a Jesús sobre el asunto.No había pronunciado todavía la primera palabra, cuando Jesús le preguntó: —¿A quién crees tú, Pedro, que cobran tributos los reyes de la tierra? ¿A sus súbditos o a los extranjeros?
26 —A los extranjeros, claro —respondió Pedro.—Entonces, los suyos quedan exentos, ¿verdad? —añadió Jesús—. Sin embargo, para que no se ofendan, vete al lago y echa el anzuelo, pues en la boca del primer pez que saques hallarás una moneda que alcanzará para tus impuestos y los míos.