4 Cuando aquella mujer de Tecoa se presentó ante el rey, le hizo una reverencia y se postró rostro en tierra.—¡Ayúdeme, Su Majestad! —exclamó.
5 —¿Qué te pasa? —le preguntó el rey.—Soy una pobre viuda —respondió ella—; mi esposo ha muerto.
6 Esta servidora de Su Majestad tenía dos hijos, los cuales se pusieron a pelear en el campo. Como no había nadie que los separara, uno de ellos le asestó un golpe al otro y lo mató.
7 Pero ahora resulta que toda la familia se ha puesto en contra de esta servidora de Su Majestad. Me exigen que entregue al asesino para que lo maten, y así vengar la muerte de su hermano, aunque al hacerlo eliminen al heredero. La verdad es que de esa manera apagarían la última luz de esperanza que me queda, y dejarían a mi esposo sin nombre ni descendencia sobre la tierra.
8 —Regresa a tu casa, que yo me encargaré de este asunto —respondió el rey.
9 Pero la mujer de Tecoa replicó:—Su Majestad, que la culpa caiga sobre mí y sobre mi familia, y no sobre el rey ni su trono.
10 —Si alguien te amenaza —insistió el rey—, tráemelo para que no vuelva a molestarte.