1-2 Cuando la gente supo que el rey lloraba y lamentaba la muerte de su hijo Absalón, fueron a decírselo a Joab. Y así aquel día la victoria se convirtió en motivo de tristeza.
3 El ejército mismo procuró disimular su entrada en la ciudad: avanzaban los soldados avergonzados, como si hubieran huido del campo de batalla.
4 Mientras tanto el rey, cubriéndose la cara, gritaba a voz en cuello: “¡Absalón, hijo mío! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!”
5 Joab fue entonces a palacio, y dijo al rey:–Su Majestad ha puesto en vergüenza a sus servidores, que hoy han salvado la vida de Su Majestad y de sus hijos, hijas, esposas y concubinas.
6 Su Majestad ha demostrado hoy que nada le importan sus jefes y oficiales, pues ama a quienes le odian, y odia a quienes le aman. Hoy me he dado cuenta de que para Su Majestad sería mejor que Absalón estuviera vivo, aunque todos nosotros hubiéramos muerto.