12 En seguida fueron a ver al rey para hablarle del decreto. Le dijeron:–Su Majestad ha publicado un decreto, según el cual todo aquel que durante estos treinta días dirija una súplica a cualquier dios u hombre que no sea Su Majestad, será arrojado al foso de los leones, ¿no es verdad?–Así es –respondió el rey–. Y el decreto debe cumplirse conforme a la ley de los medos y los persas, que no puede ser derogada.
13 Entonces ellos siguieron diciendo:–Pues Daniel, uno de esos judíos desterrados, no muestra ningún respeto por Su Majestad ni por el decreto publicado, ya que le hemos visto hacer su oración tres veces al día.
14 Al oir esto, el rey se puso muy triste, y trató de hallar una manera de salvar a Daniel. Hasta la hora de ponerse el sol estuvo haciendo todo lo posible por salvarle,
15 pero aquellos hombres se presentaron de nuevo al rey y le dijeron:–Su Majestad sabe bien que, según la ley de los medos y los persas, ninguna prohibición o decreto firmado por el rey puede ser derogado.
16 Entonces el rey ordenó que trajeran a Daniel y lo arrojaran al foso de los leones. Pero antes que se cumpliera la sentencia, el rey le dijo a Daniel:–¡Que tu Dios, a quien sirves con tanta fidelidad, te salve!
17 Cuando ya Daniel estaba en el foso, trajeron una piedra y la pusieron sobre la boca del mismo, y el rey la selló con su sello real y con el sello de las altas personalidades de su gobierno, para que también en el caso de Daniel se cumpliera estrictamente lo establecido por la ley.
18 Después el rey se fue a su palacio, y se acostó sin cenar y sin entregarse a sus distracciones habituales. Pero no pudo dormir en toda la noche.