1 Vosotros debéis considerarnos simplemente como ayudantes de Cristo, encargados de enseñar los secretos designios de Dios.
2 Ahora bien, el que recibe un encargo debe demostrar que es digno de confianza.
3 En cuanto a mí respecta, muy poco me preocupa ser juzgado por vosotros o por algún tribunal humano. Ni siquiera yo mismo me juzgo.
4 Sin embargo, el que mi conciencia no me acuse de nada no significa que Dios me considere sin culpa. Y el que me juzga es el Señor.
5 Por lo tanto, no juzguéis nada antes de tiempo; esperad a que el Señor venga y saque a la luz lo que ahora está en la oscuridad y dé a conocer las intenciones del corazón. Entonces Dios dará a cada uno la alabanza que haya merecido.
6 Hermanos, os hablo de estas cosas por vuestro propio bien, y me he referido a Apolos y a mí mismo como un ejemplo, para que aprendáis a no ir más allá de lo que está escrito y para que nadie se enorgullezca favoreciendo a uno en perjuicio de otro.