6 Pero ahora hemos muerto a la ley que nos tenía bajo su poder, quedando libres para servir a Dios conforme a la nueva vida del Espíritu y no conforme a una ley ya anticuada.
7 ¿Vamos a decir por esto que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, yo no habría conocido el pecado si no hubiera sido por la ley. En efecto, jamás habría sabido lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: “No codicies.”
8 Pero el pecado, valiéndose del propio mandamiento, despertó en mí toda clase de malos deseos; pues mientras no hay ley, el pecado es cosa muerta.
9 Hubo un tiempo en que, sin la ley, yo tenía vida; pero cuando vino el mandamiento cobró vida el pecado,
10 y yo morí. Así resultó que aquel mandamiento que debía darme la vida me llevó a la muerte,
11 porque el pecado, aprovechándose del mandamiento, me engañó, y con el mismo mandamiento me dio la muerte.
12 En resumen, la ley en sí misma es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno.