1 Hermanos míos, vosotros que creéis en nuestro glorioso Señor Jesucristo no debéis hacer diferencias entre unas personas y otras.
2-3 Supongamos que estáis reunidos, y que llega un rico con anillos de oro y ropa lujosa, y le atendéis bien y le decís: “Siéntate aquí, en el lugar de honor”; y que al mismo tiempo llega un pobre vestido de andrajos, y le decís: “Tú quédate allá, de pie; o siéntate ahí en el suelo”,
4 entonces estáis haciendo diferencias entre vosotros mismos y juzgando con mala intención.
5 Queridos hermanos míos, oíd esto: Dios ha escogido a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en fe y para que reciban como herencia el reino que él ha prometido a los que le aman.
6 Vosotros, en cambio, los humilláis. ¿Acaso no son los ricos quienes os explotan y quienes a rastras os llevan ante las autoridades?
7 ¿No son ellos quienes hablan mal del precioso nombre que fue invocado sobre vosotros?