26 Al saberlo, el profeta anciano que había hecho volver al otro, exclamó: «Ése es el profeta que desobedeció la orden del Señor. Por eso el Señor lo ha entregado a un león, que lo ha despedazado y matado, conforme a lo que el Señor le dijo.»
27 En seguida pidió a sus hijos que le aparejaran un asno, y ellos lo hicieron así.
28 Entonces el profeta anciano se fue y encontró el cadáver tirado en el camino y, junto a él, al asno y al león. El león no había devorado el cadáver ni despedazado al asno.
29 Entonces el profeta anciano levantó el cuerpo del profeta de Judá, lo echó sobre el asno y volvió con él a su ciudad, para hacerle duelo y enterrarlo.
30 Lo enterró en su propio sepulcro, y lloró por él, diciendo: «¡Ay, hermano mío!»
31 Después de enterrarlo, dijo a sus hijos:—Cuando yo muera, entiérrenme en el mismo sepulcro en que he enterrado a este hombre de Dios. Pongan mis restos junto a los suyos,
32 porque sin duda se cumplirá lo que él anunció por orden del Señor contra el altar de Betel y contra todos los santuarios en lugares altos que hay en las ciudades de Samaria.