3 Un cierto Alcimo, que anteriormente había sido sumo sacerdote, pero que en lugar de evitar el contacto con los paganos había voluntariamente incurrido en impurezas, comprendiendo que de ningún modo podía salvarse ni volver a oficiar en el sagrado altar,
4 se entrevistó con el rey Demetrio hacia el año ciento cincuenta y uno; le regaló una corona de oro, una palma y, además, los ramos de olivo que era costumbre que el templo ofreciera; y por el momento no dijo palabra.
5 Pero encontró una ocasión propicia para sus insensatos propósitos: Demetrio lo llamó a una reunión de sus consejeros, y le preguntó sobre las disposiciones y planes de los judíos. Alcimo respondió:
6 «Los judíos llamados hasideos, cuyo jefe es Judas Macabeo, fomentan la guerra y la revolución, y no dejan que haya tranquilidad en el reino.
7 Así, yo, aunque me han quitado mi dignidad hereditaria, es decir, el cargo de sumo sacerdote, he venido aquí por dos motivos:
8 en primer lugar, por un sincero interés en los asuntos del rey; y en segundo lugar, por el bien de mis propios conciudadanos, pues por la falta de juicio de las personas que acabo de mencionar, todo nuestro pueblo se encuentra en situación sumamente difícil.
9 Aconsejo a Su Majestad que se informe bien de estas cosas, y que tome las medidas que convienen al país y a nuestro amenazado pueblo, conforme a la bondad y generosidad de Su Majestad para con todos;