1 En tiempos del sumo sacerdote Onías, la ciudad santa de Jerusalén vivía en completa paz, y las leyes eran cumplidas del modo más exacto, porque él era un hombre piadoso, que odiaba la maldad.
2 Los mismos reyes rendían honores al santuario y aumentaban la gloria del templo con magníficos regalos.
3 Aun Seleuco, rey de Asia, sostenía de sus propias rentas los gastos para la celebración de los sacrificios.
4 Pero un cierto Simón, del turno sacerdotal de Bilgá y administrador del templo, se disgustó con el sumo sacerdote Onías por causa de la administración del mercado de la ciudad.