33 Y al ofrecer el sumo sacerdote el sacrificio por el pecado, los mismos jóvenes, vestidos con las mismas vestiduras, se aparecieron nuevamente a Heliodoro, se pusieron de pie junto a él y le dijeron: «Da muchas gracias al sumo sacerdote Onías; por su oración, el Señor te perdona la vida.
34 Y ahora que has recibido el castigo de Dios, proclama a todos su gran poder.» Dichas estas palabras, desaparecieron.
35 Heliodoro ofreció un sacrificio e hizo grandes promesas al Señor por haberle conservado la vida, y despidiéndose de Onías volvió con sus tropas al rey.
36 A todos hablaba de lo que el Dios altísimo había hecho, y que él había visto con sus propios ojos.
37 El rey, entonces, le preguntó a Heliodoro a quién podría enviar de nuevo a Jerusalén, y él respondió:
38 «Si Su Majestad tiene algún enemigo o uno que conspire contra su gobierno, envíelo allá, y si logra sobrevivir, volverá a Su Majestad despedazado por los azotes, pues ciertamente en ese lugar hay un poder divino.
39 El que vive en el cielo vela sobre ese lugar y lo protege; a los que van allí con malas intenciones, los golpea y los hace morir.»