31 El rey partió rápidamente para imponer orden, dejando como encargado del poder a Antíoco, uno de los personajes más importantes.
32 Pensando que la ocasión le era favorable, Menelao robó algunos objetos de oro del templo; unos se los regaló a Andrónico, y otros logró venderlos en Tiro y las ciudades vecinas.
33 Cuando de buenas fuentes Onías se enteró de esto, se retiró a Dafne, cerca de Antioquía, lugar en donde no lo podían atacar, y desde allí le reprochó a Menelao su proceder.
34 Menelao, entonces, acercándose en privado a Andrónico, empezó a urgirle que matara a Onías. Andrónico fue al lugar donde estaba Onías, y dándole la mano le juró falsamente que no le haría nada. Onías se resistía a creerle, pero al fin se dejó convencer y salió del lugar de refugio. Inmediatamente Andrónico lo mató, sin ningún miramiento por la justicia.
35 Por esta causa, no sólo los judíos, sino también muchos de otras naciones, se indignaron y enojaron por la injusta muerte de aquel hombre.
36 Y cuando el rey regresó de Cilicia, los judíos de la ciudad fueron a hablar con él acerca del asesinato de Onías; los griegos reprobaban, lo mismo que ellos, ese crimen.
37 Antíoco, profundamente afectado y movido a compasión, lloró al recordar la prudencia y sensatez del difunto.