35 Por esta causa, no sólo los judíos, sino también muchos de otras naciones, se indignaron y enojaron por la injusta muerte de aquel hombre.
36 Y cuando el rey regresó de Cilicia, los judíos de la ciudad fueron a hablar con él acerca del asesinato de Onías; los griegos reprobaban, lo mismo que ellos, ese crimen.
37 Antíoco, profundamente afectado y movido a compasión, lloró al recordar la prudencia y sensatez del difunto.
38 Lleno de indignación, despojó inmediatamente a Andrónico de su manto color púrpura y le rasgó las vestiduras, luego lo hizo llevar por toda la ciudad hasta el lugar en que había cometido su impío crimen contra Onías, y allí libró al mundo de semejante asesino. Así el Señor le dio el castigo que merecía.
39 Con la complicidad de Menelao, Lisímaco cometió en Jerusalén muchos robos de objetos sagrados. Al saberlo, el pueblo se levantó contra Lisímaco; pero para entonces ya muchos objetos de oro habían desaparecido.
40 Viendo que la gente, enfurecida, empezaba a rebelarse, armó Lisímaco cerca de tres mil hombres y dio comienzo a una injusta represión, dirigida por un tal Auranos, hombre tan entrado en años como descentrado en juicio.
41 Cuando la gente vio que Lisímaco los atacaba, unos reunieron piedras, otros tomaron palos pesados, otros recogieron con la mano la ceniza que había en el suelo y, en medio de una gran confusión, comenzaron a lanzarlo todo contra los hombres de Lisímaco.