20 Por eso, el templo, después de haber participado de las calamidades del pueblo, participó también de su bienestar; fue abandonado porque Dios todopoderoso se enojó, pero fue nuevamente restaurado con todo su esplendor, cuando volvió a gozar del favor del soberano Señor.
21 Antíoco, después de llevarse del templo casi sesenta mil kilos de plata, volvió rápidamente a Antioquía, pensando, en medio de su orgullo y arrogancia, que podría hacer que los barcos navegaran por tierra y que los hombres caminaran por el mar.
22 Sin embargo, dejó comisarios encargados de hacer mal a los judíos. En Jerusalén puso a Filipo, natural de Frigia, de sentimientos más salvajes que el que lo había nombrado;
23 en el monte Guerizim dejó a Andrónico; y además de éstos nombró a Menelao, el peor de todos en cuanto a perseguir a sus conciudadanos. Era tal el odio que el rey sentía por los judíos,
24 que envió a Apolonio, jefe de los mercenarios de Misia, al frente de un ejército de veintidós mil hombres, con la orden de degollar a todos los hombres adultos y de vender a las mujeres y los niños.
25 Al llegar a Jerusalén, Apolonio fingió tener intenciones pacíficas y esperó hasta el sagrado día sábado; y aprovechándose de que los judíos estaban descansando, ordenó a sus tropas hacer un desfile militar;
26 a todos los que salieron a ver el espectáculo los hizo matar allí mismo, y recorriendo con sus tropas la ciudad, dio muerte a gran cantidad de gente.