22 No es que yo esté desesperado de mi estado; al contrario, tengo muchas esperanzas de poder sanar de esta enfermedad.
23 Sin embargo, recuerdo que mi padre, siempre que emprendía una campaña al este del río Éufrates, designaba a su sucesor,
24 para que, si sucedía algo inesperado o corría un rumor molesto, sus súbditos estuvieran tranquilos, sabiendo quién había quedado encargado de los negocios.
25 Sé, además, que los jefes vecinos de nuestro país están esperando una ocasión propicia, y que aguardan lo que pueda ocurrir. Por eso he designado como rey a mi hijo Antíoco, a quien muchas veces, cuando recorría las provincias del este del Éufrates, dejé al cuidado de la mayoría de ustedes. A él le escribí la carta que se copia más adelante.
26 Ruego, pues, encarecidamente a cada uno de ustedes que, recordando los beneficios, tanto generales como particulares, que de mí han recibido, guarden para con mi hijo las mismas buenas disposiciones que han tenido para conmigo.
27 Estoy seguro de que él seguirá mi línea de moderación y benevolencia, y será condescendiente con ustedes.»
28 Así pues, este asesino, que injuriaba a Dios, terminó su vida con una muerte horrible, lejos de su patria y entre montañas, en medio de atroces sufrimientos, como los que él había hecho sufrir a otros.