1 Siendo rey Esarhadón, volví a mi casa y me devolvieron a mi esposa Ana y a mi hijo Tobías. Una vez estábamos celebrando nuestra fiesta de Pentecostés (llamada también «fiesta de las semanas»). Me habían preparado un buen banquete, y me senté a la mesa.
2 Me arreglaron la mesa y me trajeron varios platos preparados. Entonces dije a mi hijo Tobías:—Hijo, ve a ver si encuentras algún israelita, de los que han venido desterrados a Nínive, que haya sido fiel a Dios de todo corazón y que sea pobre, e invítalo a comer con nosotros. Yo te espero, hijo, hasta que vuelvas.
3 Tobías fue a buscar algún israelita pobre, y luego volvió y me llamó.—¿Qué pasa, hijo? —contesté.—¡Padre —me dijo—, hay un israelita asesinado, y está tirado en la plaza! ¡Lo acaban de estrangular!
4 Yo ni siquiera probé la comida. Rápidamente fui a la plaza, me llevé de allí el cadáver y lo puse en una habitación, esperando que llegara la noche para enterrarlo.