22 Pero Eliseo respondió:–No, no los mates. ¿Acaso acostumbras matar a quienes has hecho prisioneros con tu espada y tu arco? Dales de comer y beber, y luego devuélvelos a su señor.
23 Se les hizo entonces una gran fiesta, y comieron y bebieron. Luego el rey los despidió, y ellos volvieron a su señor. Desde entonces los sirios dejaron de hacer correrías en territorio israelita.
24 Después de esto, Ben-hadad, rey de Siria, reunió todo su ejército y fue y rodeó a Samaria para atacarla.
25 Hubo entonces gran hambre en Samaria, pues el cerco era tan cerrado que una cabeza de asno llegó a costar ochenta monedas de plata, y un cuarto de litro de estiércol de paloma, cinco monedas de plata.
26 Un día, el rey de Israel pasaba sobre la muralla, y una mujer le gritó:–¡Majestad, ayúdame!
27 El rey respondió:–Si el Señor no te ayuda, ¿cómo quieres que lo haga yo? ¿Acaso puedo darte trigo o vino?
28 ¿Qué te pasa? Ella contestó:–Esta mujer me dijo que entregara mi hijo para que nos lo comiéramos hoy, y que mañana nos comeríamos el suyo.