2 En el primer año de su reinado, yo, Daniel, estaba estudiando en el libro del profeta Jeremías acerca de los setenta años que debían pasar para que se cumpliera la ruina de Jerusalén, según el Señor se lo había dicho al profeta.
3 Y dirigí mis oraciones y súplicas a Dios el Señor, ayunando y vistiéndome con ropas ásperas, y sentándome en ceniza.
4 Oré al Señor mi Dios y le hice esta confesión:‘Señor, Dios grande y poderoso, que siempre cumples tus promesas y das pruebas de tu amor a los que te aman y cumplen tus mandamientos:
5 hemos pecado y cometido maldad, hemos hecho lo malo, hemos vivido sin tenerte en cuenta y hemos abandonado tus mandamientos y decretos.
6 No hemos hecho caso a tus siervos los profetas, que hablaron en tu nombre a nuestros reyes, jefes y antepasados y a todo el pueblo de Israel.
7 Tú, Señor, eres justo, pero nosotros los judíos nos sentimos hoy avergonzados; tanto los que viven en Jerusalén como los otros israelitas, los de cerca y los de lejos, que viven en los países adonde tú los arrojaste por haberse rebelado contra ti.
8 Nosotros, Señor, lo mismo que nuestros reyes, jefes y antepasados, nos sentimos avergonzados porque hemos pecado contra ti.