9 Además, el Señor dijo a Moisés:–Me he fijado en esta gente y me he dado cuenta de que son muy tercos.
10 ¡Ahora déjame en paz, que estoy ardiendo de ira y voy a acabar con ellos! Pero de ti haré una gran nación.
11 Moisés, sin embargo, trató de calmar al Señor su Dios con estas palabras:–Señor, ¿por qué va a arder tu furor contra tu pueblo, el que tú mismo sacaste de Egipto con gran despliegue de poder?
12 ¿Cómo vas a dejar que digan los egipcios: ‘Dios los sacó con la mala intención de matarlos en las montañas, para borrarlos de la superficie de la tierra’? Deja ya de arder en ira; renuncia a la idea de hacer daño a tu pueblo.
13 Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo y les dijiste: ‘Haré que vuestros descendientes sean tan numerosos como las estrellas del cielo, y toda esta tierra que os he prometido se la daré a ellos como su herencia para siempre.’
14 El Señor renunció a la idea que había manifestado de hacer daño a su pueblo.
15 Entonces Moisés se dispuso a bajar del monte trayendo en sus manos las dos tablas de la ley, que estaban escritas por ambos lados.