3 Pero ni siquiera Tito, que se hallaba conmigo y que era griego, fue obligado a someterse al rito de la circuncisión.
4 Algunos falsos hermanos se habían metido a escondidas entre nosotros, para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús y hacernos otra vez esclavos de la ley;
5 sin embargo, ni por un momento nos dejamos llevar por ellos, porque queríamos que la verdad del evangelio permaneciera en vosotros.
6 Los que eran reconocidos como de mayor autoridad –aunque a mí no me importa lo que por un tiempo hayan sido, pues Dios no juzga por las apariencias– no me dieron nuevas instrucciones.
7 Lejos de eso, reconocieron que Dios me había confiado la misión de anunciar el evangelio a los no judíos, así como a Pedro le había confiado la misión de anunciárselo a los judíos.
8 Pues el mismo que envió a Pedro como apóstol a los judíos me envió también a mí como apóstol a los no judíos.
9 Así pues, Santiago, Cefas y Juan, que eran tenidos por columnas de la iglesia, reconocieron que Dios me había concedido este privilegio. Y para confirmar que nos aceptaban como compañeros, nos dieron la mano a mí y a Bernabé, y estuvieron de acuerdo en que nosotros fuésemos a trabajar entre los no judíos, en tanto que ellos trabajarían entre los judíos.