6 Cuando el Macabeo y sus tropas se enteraron de que Lisias había sitiado aquella fortaleza, se pusieron todos a suplicar al Señor, entre gemidos y lágrimas, que enviara un ángel bueno para salvar a Israel.
7 El Macabeo, que fue el primero en empuñar las armas, exhortó a los demás a afrontar los peligros juntamente con él, para salvar a sus hermanos. Entonces, llenos de entusiasmo, se pusieron todos en marcha,
8 y cuando aún estaban cerca de Jerusalén, se presentó al frente de ellos un jinete con vestiduras blancas, blandiendo armas de oro.
9 Todos a un tiempo bendijeron al Dios misericordioso y, llenos de ánimo, se dispusieron a luchar, no sólo contra los hombres, sino contra las fieras feroces y contra las murallas de hierro.
10 Avanzaron, pues, en orden de batalla, con su aliado celestial a la cabeza como señal de la misericordia del Señor.
11 Lanzándose como leones contra sus enemigos, mataron a once mil soldados de infantería y mil seiscientos jinetes; a todos los demás los hicieron huir.
12 La mayor parte de los que lograron salvarse, escaparon heridos y sin armas; el propio Lisias se salvó huyendo vergonzosamente.