8 y cuando aún estaban cerca de Jerusalén, se presentó al frente de ellos un jinete con vestiduras blancas, blandiendo armas de oro.
9 Todos a un tiempo bendijeron al Dios misericordioso y, llenos de ánimo, se dispusieron a luchar, no sólo contra los hombres, sino contra las fieras feroces y contra las murallas de hierro.
10 Avanzaron, pues, en orden de batalla, con su aliado celestial a la cabeza como señal de la misericordia del Señor.
11 Lanzándose como leones contra sus enemigos, mataron a once mil soldados de infantería y mil seiscientos jinetes; a todos los demás los hicieron huir.
12 La mayor parte de los que lograron salvarse, escaparon heridos y sin armas; el propio Lisias se salvó huyendo vergonzosamente.
13 Lisias, que era un hombre inteligente, reflexionó acerca de su derrota y comprendió que los hebreos eran invencibles al tener como aliado al Dios todopoderoso.
14 Les envió unos mensajeros para proponer la reconciliación en condiciones justas, al tiempo que les prometía valerse de su influencia para que el rey se hiciera amigo de ellos.