39 Dado que el tiempo apremiaba, los soldados de Judas salieron al día siguiente a recoger los cuerpos de los que habían caído en la lucha, con el fin de sepultarlos junto a sus parientes en los sepulcros de sus antepasados.
40 Pero entonces encontraron que, debajo de la ropa de los muertos, había objetos consagrados a los ídolos de Yamnia, cosa que la ley prohíbe a los judíos. De esta manera se hizo evidente la causa de su muerte.
41 Todos bendijeron al Señor, el juez justo que pone en claro aquello que quiere encubrirse,
42 y le suplicaron que les perdonara todo pecado cometido. El esforzado Judas exhortó a todos a que se mantuvieran limpios de pecado, puesto que con sus propios ojos acababan de ver cómo algunos habían caído en la lucha a causa de su pecado.
43 Después hizo una colecta entre sus soldados. Reunió unas dos mil dracmas que envió a Jerusalén para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. Hizo así una acción recta y noble, con el pensamiento puesto en la resurrección,
44 pues si él no hubiera creído en que aquellos soldados muertos iban a resucitar, habría sido innecesario y superfluo orar por ellos.
45 Pero como estaba convencido de que, a quienes mueren piadosamente, les está reservada una gran recompensa, ordenó que se hiciera este sacrificio para que a los muertos les fueran perdonados sus pecados.