2 y que, después de hacer matar a Antíoco y a Lisias, su tutor, se había adueñado del país.
3 Entre tanto apareció en escena un tal Alcimo, que antes había sido sumo sacerdote y que, en vez de romper con el paganismo, se había contaminado con él voluntariamente; viendo que no tenía posibilidades de rehabilitarse ni de acceder de nuevo al altar sagrado,
4 se presentó ante el rey Demetrio, alrededor del año ciento cincuenta y uno, llevándole una corona de oro, una palma y los habituales ramos de olivo procedentes del Templo. En aquella ocasión no dijo nada,
5 pero más tarde encontró una oportunidad favorable para sus torpes designios, pues Demetrio lo citó juntamente con sus consejeros y le preguntó cuáles eran las disposiciones y los planes de los judíos. Alcimo le respondió:
6 — Los judíos llamados asideos, cuyo jefe es Judas Macabeo, fomentan la guerra y las sediciones, no permitiendo que el reino permanezca en paz.
7 Por eso, yo mismo, que he sido despojado de mi dignidad hereditaria, o sea, del sumo sacerdocio, he venido ahora aquí:
8 en primer lugar, porque estoy sinceramente interesado en los asuntos del rey; y después por atender al bien de mis conciudadanos, pues toda nuestra nación está sufriendo no pocas desdichas a causa de la locura de los asideos.