31 Al advertir Nicanor que Judas le había burlado limpiamente, se presentó en el augusto y santo Templo a la hora en que los sacerdotes ofrecían el sacrificio acostumbrado, y les ordenó que le entregaran a Judas.
32 Ellos afirmaron con juramento que no sabían dónde se encontraba,
33 pero él, extendiendo la mano derecha hacia el Templo, juró que, si no le entregaban preso a Judas, arrasaría el Templo de Dios, destruiría el altar y allí mismo levantaría un espléndido templo al dios Dionisos.
34 Dicho esto, se retiró. Los sacerdotes, levantando entonces las manos al cielo, invocaron con estas palabras a aquel que siempre había combatido a favor de nuestra nación:
35 — Tú, Señor de todo, que no tienes necesidad de nada, escogiste este Templo como morada tuya en medio de nosotros.
36 Ahora, Señor santísimo, preserva para siempre libre de profanación esta casa recientemente purificada.
37 Denunciaron por entonces ante Nicanor a Razis, uno de los ancianos de Jerusalén, buen patriota y persona muy estimada, a quien, por su mucha generosidad, llamaban “padre de los judíos”.