10 De esta manera los llenaba de valor, y al mismo tiempo les hacía ver la perfidia de los paganos y la transgresión de sus juramentos.
11 Después de haberlos armado, más con aquellos discursos de aliento que con la seguridad de los escudos y las lanzas, les relató un sueño digno de crédito que había tenido y que los llenó de alegría.
12 Este fue el sueño: Onías, el que había sido sumo sacerdote, hombre de bien, modesto, de carácter dulce y hablar mesurado, ejercitado desde niño en la práctica de la virtud, oraba con las manos alzadas en favor de todo el pueblo judío.
13 Luego apareció otro varón, de blancos cabellos y lleno de dignidad, revestido de majestad y de gloria.
14 Onías tomó entonces la palabra y dijo: “Este es Jeremías, el profeta de Dios, que ama a sus hermanos y ora sin cesar por todo el pueblo y por la santa ciudad”.
15 Jeremías extendió entonces su mano derecha y entregó a Judas una espada de oro, mientras le decía:
16 “Toma esta santa espada como un don de Dios. Con ella aniquilarás a tus enemigos”.