19 Pero Dios no escogió al pueblo por causa del Templo, sino que escogió el Templo por causa del pueblo.
20 Por esta razón, habiendo participado el Templo en las desgracias del pueblo, participó igualmente en su restauración. Dios todopoderoso lo abandonó, porque estaba irritado; pero luego, cuando el Señor soberano se reconcilió con él, lo restauró de nuevo en toda su gloria.
21 Antíoco, después de llevarse del Templo mil ochocientos talentos*, se fue rápidamente camino de Antioquía, imaginando en su soberbia y presunción que él era capaz de navegar por tierra y caminar a pie por el mar. ¡Tanta era su arrogancia!
22 Al partir, dejó comisarios* encargados de maltratar a la gente. En Jerusalén dejó a Filipo, natural de Frigia, hombre más cruel que quien lo había puesto;
23 y en el monte Garizín, dejó a Andrónico. Dejó también a Menelao, el peor de todos y el más malvado a causa del odio que sentía hacia sus conciudadanos judíos.
24 Envió el rey a Apolonio, jefe de los mercenarios misios, al frente de un ejército de veintidós mil soldados, con la orden de degollar a todos los adultos varones y vender a las mujeres y a los niños.
25 Llegado a Jerusalén, Apolonio, fingiendo tener intenciones pacíficas, esperó hasta el sagrado día del sábado. Entonces, mientras los judíos descansaban, dispuso que sus tropas hicieran un desfile militar;