3 y eran como regimientos de caballería en orden de batalla, con ataques y asaltos de unos contra otros, movimiento de broqueles, lanzas innumerables, disparo de flechas, resplandor de armaduras de oro y corazas de toda clase.
4 Al ver tales prodigios, todos suplicaban que aquellas apariciones fueran el anuncio de algún bien.
5 Habiéndose difundido por entonces el falso rumor de la muerte de Antíoco, Jasón, con no menos de mil soldados, atacó de improviso la ciudad; los que defendían la muralla fueron reducidos, y Jasón tomó finalmente la ciudad, mientras Menelao huyó a la ciudadela en busca de refugio.
6 Sin compasión alguna, Jasón degolló a muchos de sus propios conciudadanos, sin percatarse de que una victoria sobre ellos representaba una tremenda derrota; pero él pensaba que estaba triunfando sobre sus enemigos, no sobre sus compatriotas.
7 A pesar de todo, no consiguió obtener el poder, por lo cual, llevando consigo la vergüenza de su traición, se vio forzado a huir de nuevo al país de los amonitas.
8 Lo perverso de su conducta le trajo un final desastroso*: cayó prisionero de Aretas, rey de los árabes y, aunque logró escapar, tuvo que huir de ciudad en ciudad. Así, perseguido por todos, odiado como apóstata de las leyes y abominado como verdugo de la patria y de sus compatriotas, fue a parar a Egipto.
9 Él, que había desterrado a muchos de su patria, murió en tierra extraña, entre los espartanos, donde había esperado hallar refugio gracias a su común origen con los judíos;