8 Lo perverso de su conducta le trajo un final desastroso*: cayó prisionero de Aretas, rey de los árabes y, aunque logró escapar, tuvo que huir de ciudad en ciudad. Así, perseguido por todos, odiado como apóstata de las leyes y abominado como verdugo de la patria y de sus compatriotas, fue a parar a Egipto.
9 Él, que había desterrado a muchos de su patria, murió en tierra extraña, entre los espartanos, donde había esperado hallar refugio gracias a su común origen con los judíos;
10 pero no hubo quien llorase su muerte, por cuanto él había dejado a muchos sin sepultura. Tampoco se le tributaron honras fúnebres ni fue enterrado en el sepulcro de sus antepasados.
11 Cuando el rey supo estas cosas llegó a la conclusión de que Judea pretendía sublevarse. Entonces, hecho una fiera, regresó de Egipto y pasó la ciudad por las armas.
12 Mandó a sus soldados que hirieran sin compasión a todos los que encontraran, y que degollaran a cualquiera que buscara refugio en las casas.
13 Hubo una matanza terrible de jóvenes y ancianos, una masacre de mujeres y niños, una carnicería de doncellas y niños de pecho.
14 Tan sólo en tres días hubo ochenta mil víctimas: cuarenta mil murieron asesinados y otros tantos fueron vendidos como esclavos.