5 Estando ya totalmente mutilado, el rey mandó que lo echaran al fuego y, vivo todavía, que lo arrojaran a la sartén. Mientras el humo de la sartén se extendía por todos lados, los hermanos y la madre se animaban unos a otros a morir con valentía, diciendo:
6 — Dios, el Señor, todo lo ve y tendrá verdaderamente piedad de nosotros, como dijo Moisés en su cántico de protesta contra Israel: “El Señor tendrá compasión de sus siervos”.
7 Una vez muerto el primero, llevaron al suplicio al segundo, a quien, después de arrancarle el cuero cabelludo, le preguntaron si querría comer antes de que torturaran su cuerpo miembro a miembro.
8 Él respondió en su lengua materna, exclamando:— ¡No!Entonces le hicieron sufrir el mismo tormento que al primero,
9 pero cuando ya iba a exhalar su último suspiro, dijo:— Tú, criminal, nos quitas la vida presente; pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, pues morimos por guardar sus leyes.
10 Después torturaron al tercero, quien, nada más ordenárselo, sacó la lengua y extendió valerosamente las manos,
11 mientras decía:— De Dios he recibido estos miembros; ahora, sin embargo, por amor a sus leyes, los desprecio con la esperanza de recuperarlos de él nuevamente.