11 Entonces, con la tortura de aquel castigo divino que por momentos se hacía más doloroso, comenzó a moderar su extrema arrogancia y a entrar en razón.
12 Y como ni él mismo podía soportar su propio hedor, dijo:— Es justo someterse a Dios, y ningún simple mortal debe creerse igual a él.
13 Este criminal comenzó entonces a suplicar a Dios soberano, que no iba a apiadarse de él, prometiendo
14 declarar libre a la ciudad santa, a la que antes se había dirigido apresuradamente para arrasarla y convertirla en un cementerio.
15 También prometía equiparar en derechos a los judíos con los atenienses, cuando poco antes los consideraba indignos de tener sepultura y eran tan sólo buenos para pasto de las aves de rapiña o para ser arrojados con sus hijos a las fieras.
16 En cuanto al santo Templo que él mismo había saqueado, prometía ahora adornarlo con las más hermosas ofrendas, devolver con creces los objetos consagrados y proveer con su propio dinero a los gastos de los sacrificios.
17 Finalmente estaba dispuesto incluso a hacerse judío, y a recorrer todo lugar habitado proclamando el poder de Dios.