5 Pero el Señor, Dios de Israel, que todo lo ve, lo castigó con un mal incurable e invisible: apenas hubo pronunciado tales palabras, le sobrevino un intenso dolor en las entrañas, con agudos dolores intestinales.
6 Esto fue un merecido pago para quien había torturado las entrañas de otros con tantos refinados suplicios.
7 A pesar de todo, Antíoco mantuvo su actitud arrogante. En el colmo de su soberbia, y respirando llamas de odio contra los judíos, mandó acelerar más la marcha. Pero sucedió que, mientras avanzaba velozmente, se cayó del carro y, con el violento golpe de la caída, se le dislocaron todos los miembros de su cuerpo.
8 Así pues, el que con jactancia sobrehumana se creía capaz de dar órdenes a las olas del mar, y de pesar en una balanza las cimas de los montes, tuvo que ser transportado en una camilla. ¡Así Dios puso de manifiesto todo su poder!
9 Del cuerpo de aquel malvado brotaban gusanos y, todavía con vida, se le caía la carne a pedazos en medio de horribles dolores. Su cuerpo comenzó a pudrirse, de tal modo que ni siquiera su ejército podía tolerar el hedor que desprendía.
10 Tanta era la fetidez, que nadie quería llevar al que poco antes se imaginaba poder alcanzar las estrellas del cielo.
11 Entonces, con la tortura de aquel castigo divino que por momentos se hacía más doloroso, comenzó a moderar su extrema arrogancia y a entrar en razón.