9 Del cuerpo de aquel malvado brotaban gusanos y, todavía con vida, se le caía la carne a pedazos en medio de horribles dolores. Su cuerpo comenzó a pudrirse, de tal modo que ni siquiera su ejército podía tolerar el hedor que desprendía.
10 Tanta era la fetidez, que nadie quería llevar al que poco antes se imaginaba poder alcanzar las estrellas del cielo.
11 Entonces, con la tortura de aquel castigo divino que por momentos se hacía más doloroso, comenzó a moderar su extrema arrogancia y a entrar en razón.
12 Y como ni él mismo podía soportar su propio hedor, dijo:— Es justo someterse a Dios, y ningún simple mortal debe creerse igual a él.
13 Este criminal comenzó entonces a suplicar a Dios soberano, que no iba a apiadarse de él, prometiendo
14 declarar libre a la ciudad santa, a la que antes se había dirigido apresuradamente para arrasarla y convertirla en un cementerio.
15 También prometía equiparar en derechos a los judíos con los atenienses, cuando poco antes los consideraba indignos de tener sepultura y eran tan sólo buenos para pasto de las aves de rapiña o para ser arrojados con sus hijos a las fieras.