11 Todos los israelitas que vivían en Jerusalén, hombres, mujeres y niños, se postraron frente al Templo, arrojaron ceniza sobre sus cabezas y tendieron vestidos de sayal delante del Señor.
12 Recubrieron también de sayal el altar y, a una voz, clamaron con fervor al Dios de Israel rogándole que no permitiera que sus niños les fueran arrebatados ni raptadas las mujeres, ni tampoco destruidas las ciudades de su heredad ni profanadas las cosas santas y convertidas en objeto de burla entre los paganos.
13 El Señor oyó su clamor y vio su aflicción, pues, durante mucho tiempo, en Judea y en Jerusalén permaneció el pueblo ayunando frente al Templo del Señor todopoderoso.
14 El sumo sacerdote Joaquín, así como todos los sacerdotes y ministros que estaban al servicio del Señor, vestidos de sayal, le ofrecían el holocausto perpetuo, las oraciones y las ofrendas voluntarias del pueblo.
15 Cubiertos sus turbantes de ceniza, suplicaban al Señor con todas sus fuerzas que visitara con piedad a todo el pueblo de Israel.