10 ¿Cómo te atreves, entonces, a erigirte en juez de tu hermano? ¿Quién eres tú para despreciarlo? Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios,
11 pues dice la Escritura: Por mi vida, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y todos reconocerán la grandeza de Dios.
12 En una palabra, cada uno de nosotros habrá de rendir cuentas a Dios de sí mismo.
13 Por tanto, dejemos ya de criticarnos unos a otros. Propónganse, más bien, no ser para el hermano ocasión o motivo de pecado.
14 Apoyado en Jesús, el Señor, estoy plenamente convencido de que nada es en sí mismo impuro; una cosa es impura sólo para aquel que la considere como tal.
15 Claro que si, por comer un determinado alimento, haces daño a tu hermano, ya no es el amor la norma de tu vida. ¡Triste cosa sería hacer que perezca por cuestiones de alimentos alguien por quien Cristo ha muerto!
16 No permitan, pues, que se les critique por algo que en sí mismo es bueno.