1 Bien saben, hermanos, —estoy hablando a quienes conocen la ley— que una persona está bajo el yugo de la ley sólo mientras vive.
2 Así, la mujer casada permanece legalmente ligada a su marido mientras él vive. Muerto el marido, la esposa queda libre de esa ley.
3 Por tanto, si en vida del marido la mujer se entrega a otro hombre, se la considera adúltera; pero, si muere el marido, esa ley ya no la obliga; podrá casarse con otro hombre sin ser por ello adúltera.
4 De modo semejante, también ustedes, hermanos míos, por la muerte corporal de Cristo, han muerto a la ley. Son, pues, libres para entregarse a otro, al resucitado de entre los muertos, a fin de producir frutos para Dios.
5 Mientras vivíamos sometidos a nuestras desordenadas apetencias humanas, éramos terreno abonado para que nuestras bajas pasiones, activadas por la ley, produjeran frutos de muerte.