40 Entonces Saúl les dijo a los israelitas: —Pónganse de este lado y mi hijo Jonatán y yo nos pondremos del otro. —¡Como tú digas, señor! —contestaron los soldados.
41 Entonces Saúl oró: —SEÑOR, Dios de Israel, ¿por qué no le has contestado a tu siervo hoy? Si mi hijo Jonatán o yo hemos pecado, SEÑOR Dios de Israel, que salga urim. Si ha pecado tu pueblo, que salga tumim. La suerte cayó sobre Saúl y Jonatán, y los demás quedaron libres.
42 Saúl dijo: —Echen suertes de nuevo para ver si el culpable es mi hijo Jonatán o yo. La suerte cayó sobre Jonatán.
43 Entonces Saúl le dijo: —Dime qué hiciste. Jonatán le dijo: —Sólo probé un poco de miel con la punta de mi vara, ¿debo morir por eso?
44 Saúl juró: —¡Que Dios me castigue duramente si tú no mueres hoy, Jonatán!
45 Pero los soldados defendieron a Jonatán diciendo: —Jonatán le dio una gran victoria a Israel hoy. ¿Tiene que morir? ¡Jamás! Por el SEÑOR viviente que ni un cabello de su cabeza caerá al suelo. Hoy Dios estuvo con Jonatán en el combate contra los filisteos. De esa manera el pueblo libró a Jonatán de la muerte.
46 Saúl dejó de perseguir a los filisteos, quienes regresaron a su tierra.