9 Me volví muy rico y famoso, más que cualquiera que hubiera vivido en Jerusalén antes de mí. Además la sabiduría siempre estaba allí para ayudarme.
10 No me privé de nada que deseara ni me negué ningún placer. Siempre conseguí lo que deseaba porque me sentía feliz con todo trabajo que hacía. Al menos me quedó esa satisfacción.
11 Pero cuando consideré todo lo que había logrado con el fruto de mis esfuerzos, me di cuenta de que nada tenía sentido, que era como agarrar el viento y que uno no gana nada con lo que hace bajo el sol.
12 Luego volví a considerar la sabiduría, las estupideces y tonterías. ¿Qué más puede hacer el sucesor de un rey sino lo que ya se hizo antes?
13 Vi que la sabiduría es mejor que la estupidez, así como la luz es mejor que la oscuridad.
14 Un sabio usa su mente así como usa los ojos para ver por dónde va. En cambio, un tonto es como el que camina en la oscuridad. Sin embargo, también me di cuenta que el tonto y el sabio terminan de la misma forma.
15 Entonces pensé: «Si el tonto termina igual que yo, ¿de qué sirve la sabiduría? ¿Qué he ganado con esforzarme tanto por ser sabio?» Me di cuenta de que eso tampoco tiene sentido.