3 pero aún así le dije al rey: —¡Que viva el rey por siempre! ¿Cómo no voy a estar triste si la ciudad en la que están enterrados mis antepasados está en ruinas y sus puertas han sido consumidas por el fuego?
4 Entonces el rey me dijo: —¿Cómo te puedo ayudar? Antes de responder, le oré al Dios del cielo.
5 Entonces le dije al rey: —Si su Majestad está de acuerdo y cree que este siervo suyo merece ayuda, le ruego que me envíe a Judá, a la ciudad de Jerusalén. Esa es la ciudad de mis antepasados y quisiera poder ayudar a reconstruirla.
6 La reina estaba sentada al lado del rey y ambos me preguntaron: —¿Cuánto demorará tu viaje? ¿Cuándo regresarás? Le dije exactamente cuánto me demoraría y el rey estuvo de acuerdo en enviarme a Judá,
7 así que le sugerí: —Si su majestad está de acuerdo, le pido que me entregue cartas dirigidas a los gobernadores de las provincias que quedan al occidente del río Éufrates para que me dejen pasar libremente hasta que llegue a Judá.
8 Le ruego que una de esas cartas esté dirigida a Asaf, el administrador de los bosques del rey para que me suministre madera para las vigas de las puertas del templo, para la muralla de la ciudad y para la casa en donde voy a vivir. El rey me dio lo que le pedí debido a que Dios estaba conmigo.
9 Así que me presenté ante los gobernadores de la región al occidente del río Éufrates y les entregué las cartas del rey. El rey me había dado una escolta de caballería al mando de oficiales del ejército.