21 Veo que confías en Egipto, ese bastón de caña astillada, que se clava y agujerea la mano de quien se apoya en él. Sólo eso es el faraón, el rey de Egipto, para quienes confían en él.
22 Y si me decís que confiáis en el Señor, vuestro Dios, ¿no es ese el Dios cuyos santuarios y altares demolió Ezequías ordenando a Judá y a Jerusalén que sólo lo adoraran en el altar de Jerusalén?”.
23 Haz, pues, una apuesta con mi señor, el rey de Asiria: te daré dos mil caballos si consigues otros tantos jinetes que los monten.
24 ¿Cómo te atreves a rechazar a uno de los subordinados de mi señor, confiando en que Egipto te va a suministrar carros y jinetes?
25 ¿Crees, además, que he venido a destruir esta ciudad sin el consentimiento del Señor? Ha sido el Señor quien me ha dicho: “Ataca y devasta este país”.
26 Eliaquín, el hijo de Jilquías, Sobná y Joaj respondieron al copero mayor:— Por favor, háblanos en arameo, que lo entendemos. No nos hables en hebreo delante de la gente que está en la muralla.
27 Les contestó el copero mayor:— ¿Acaso me ha enviado mi señor a comunicar este mensaje sólo a tu señor y a ti? También he de transmitirlo a la gente que está en la muralla y que acabará comiendo sus propios excrementos y bebiendo su propia orina junto contigo.