26 Pues el rey de Babilonia se ha detenido en el cruce, en la cabecera de ambos caminos, para ver qué dicen los presagios. Ha agitado las flechas, ha consultado a los terafim y ha examinado el hígado de la víctima.
27 En su mano derecha ya tiene el vaticinio que indica Jerusalén; ya puede abrir su boca para lanzar el grito de guerra, para ordenar la instalación de arietes junto a las puertas, la construcción de un terraplén y la preparación del asedio.
28 Los de Jerusalén piensan que es un presagio vano, pues se les hizo un juramento; pero él les recuerda su culpa, por la que merecen el cautiverio.
29 Por eso, así dice el Señor Dios: Por haber puesto en evidencia vuestras culpas, haber descubierto vuestra rebeldía convirtiendo en pecado cuanto hacéis y jactándoos de ello, seréis capturados por la fuerza.
30 Respecto a ti, maldito criminal, príncipe de Israel, cuya hora ha llegado coincidiendo con la culpa final,
31 esto dice el Señor Dios: ¡Quítate el turbante real, fuera esa corona! Las cosas no pueden seguir así; lo humillado será exaltado, y lo exaltado humillado.
32 Ruina, ruina y más ruina; a eso lo reduciré. Pero tampoco esto sucederá hasta que llegue aquel a quien le corresponde el juicio, a quien yo se lo tengo asignado.