3 y debe ofrecer sacrificios tanto por los pecados del pueblo como por los suyos propios.
4 Es esta, además, una dignidad que nadie puede hacer suya por propia iniciativa; sólo Dios es quien llama como llamó a Aarón.
5 Del mismo modo, no fue Cristo quien se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que fue Dios quien le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy.
6 O como dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre según el rango de Melquisedec .
7 Es el mismo Cristo, que durante su vida mortal* oró y suplicó con fuerte clamor, acompañado de lágrimas, a quien podía liberarlo de la muerte; y ciertamente Dios lo escuchó en atención a su actitud de acatamiento.
8 Y aunque era Hijo, aprendió en la escuela del dolor lo que cuesta obedecer.
9 Alcanzada así la perfección, se ha convertido en fuente de salvación eterna para cuantos lo obedecen,