30 Este quiso presentarse ante la muchedumbre amotinada, pero se lo impidieron los discípulos.
31 Incluso algunos amigos suyos, que ostentaban altos cargos en la provincia de Asia, le enviaron aviso para disuadirlo de que hiciera acto de presencia en el teatro.
32 Mientras tanto, el desconcierto reinaba entre la multitud. Unos gritaban una cosa; otros, otra. Pero la mayor parte de ellos ignoraban para qué se habían congregado.
33 Algunos de los presentes animaron a un tal Alejandro para que hablara en nombre de los judíos. Alejandro pidió silencio haciendo señas con la mano de que deseaba hablar al pueblo.
34 Pero al advertir que era judío, todos a una se pusieron a gritar:— ¡Viva la Artemisa de Éfeso!Y así estuvieron gritando durante casi dos horas.
35 Hasta que el secretario de la ciudad consiguió calmar a la muchedumbre y se expresó así:— Efesios, nadie desconoce que a la ciudad de Éfeso le ha sido encomendada la custodia del templo de la gran Artemisa y de su imagen venida del cielo.
36 Como esto es innegable, conviene que os apacigüéis antes de cometer cualquier barbaridad.