3 Parándose junto a la columna, frente al pueblo, el rey prometió delante del SEÑOR que iba a obedecer todos los mandamientos y leyes que estaban escritos en el libro. Se comprometió a obedecer el pacto con todo su corazón y con toda su alma. Y todo el pueblo, siguiendo el ejemplo del rey, se comprometió a obedecer el pacto del SEÑOR.
4 Entonces el rey ordenó al sumo sacerdote Jilquías y a los demás sacerdotes y guardas del templo que destruyeran todos los instrumentos usados en la adoración a Baal, a Aserá, al sol, la luna y las estrellas. El rey hizo que todo fuera quemado en los campos del valle de Cedrón, en las afueras de Jerusalén, y llevó las cenizas a Betel.
5 Mató a los sacerdotes paganos, que los anteriores reyes de Judá habían instituido para quemar incienso en los santuarios de las colinas, a través de todo Judá y aun en Jerusalén. También a los que ofrecían incienso a Baal, al sol, a la luna, a las estrellas y a los astros.
6 Hizo quitar el abominable ídolo de Aserá del templo del SEÑOR, y lo llevó a las afueras de Jerusalén, al arroyo de Cedrón. Allí lo quemó y lo redujo a polvo, y arrojó el polvo sobre la fosa común.
7 Además, destruyó las habitaciones de los que se dedicaban a la prostitución sagrada en el templo del SEÑOR, y en las que las mujeres tejían túnicas para el ídolo de la diosa Aserá.
8 Hizo regresar a Jerusalén a los sacerdotes del SEÑOR que estaban viviendo en otras ciudades de Judá, e hizo derribar todos los santuarios de las colinas donde ellos habían quemado incienso, aun aquellos que estaban tan distantes como Gueba y Berseba. Además, destruyó los santuarios que estaban a la entrada del palacio de Josué, el gobernador de Jerusalén, y que estaba a la izquierda de una de las puertas de la ciudad.
9 Conviene señalar que los sacerdotes de los santuarios de las colinas no servían en el altar del SEÑOR en Jerusalén, pero sí comían con los otros sacerdotes.