20 Cuando las llamas del altar ascendieron con sus lenguas hacia el cielo, y ante los ojos atónitos de Manoa y su esposa, el Ángel ascendió en la columna de fuego. Manoa y su esposa se postraron rostro en tierra,
21 y eso fue lo último que vieron de él. Manoa comprendió finalmente que había sido el Ángel de Jehová.
22 —Moriremos —lloraba Manoa junto a su esposa—. Hemos visto a Dios.
23 Pero la esposa le dijo:—Si Jehová quisiera matarnos, no habría aceptado nuestro holocausto y no se habría presentado, ni nos habría dicho las cosas maravillosas que nos ha dicho y no habría hecho estos milagros.
24 Cuando nació el hijo, le pusieron Sansón, y Jehová lo bendijo mientras crecía,
25 y el Espíritu de Dios comenzó a manifestarse en él cuando visitaba los campamentos de la tribu de Dan que estaba entre las ciudades de Zora y Estaol.