2-3 Un día el Ángel de Jehová se le apareció a la esposa de Manoa, de la tribu de Dan, que vivía en la ciudad de Zora. Ella no tenía hijos, pero el Ángel le dijo:—Aun cuando has sido estéril por tanto tiempo, pronto concebirás y darás a luz un hijo.
4 No bebas vino ni cerveza, ni comas nada que sea ceremonialmente impuro.
5 No le cortarás el cabello a tu hijo porque será nazareo, separado para el servicio de Dios desde su nacimiento. Él comenzará a salvar a los israelitas de manos de los filisteos.
6 La mujer corrió y se lo contó a su marido:—Un varón de Dios se me apareció. Pienso que debe ser el Ángel de Jehová, porque tenía un aspecto muy glorioso. No le pregunté de dónde era, y él no me dijo su nombre,
7 pero me dijo: "Vas a tener un hijo varón". Y me dijo que no bebiera vino ni cerveza, y que no comiera alimentos impuros, porque el bebé iba a ser nazareo, que estaría consagrado a Dios desde el momento de su nacimiento hasta el día de su muerte.
8 Entonces Manoa oró:—Oh Jehová, que venga nuevamente para que nos instruya mejor acerca del hijo que nos vas a dar.
9 El Señor contestó su oración, y el Ángel de Dios se le apareció nuevamente a su esposa estando ella en el campo. Pero otra vez estaba sola. Manoa no estaba con ella.