3 Sí, es cierto, vivimos en este mundo, pero nunca actuamos como el mundo para ganar nuestras batallas.
4 Para destruir las fortalezas del mal, no empleamos armas humanas, sino las armas del poder de Dios.
5 Así podemos destruir la altivez de cualquier argumento y cualquier muralla que pretenda interponerse para que el hombre conozca a Dios. De esa manera, hacemos que todo tipo de pensamiento se someta para que obedezca a Cristo.
6 Y estamos listos a castigar a cualquiera que persista en su rebeldía, después que ustedes mismos se hayan rendido totalmente a Cristo.
7 Fíjense en lo que tienen a la vista. Si alguien puede afirmar que le pertenece a Cristo, lo mismo podemos decir nosotros.
8 No me avergonzaré de insistir demasiado en la autoridad que tengo sobre ustedes —autoridad que el Señor me dio para la edificación de ustedes, no para su destrucción—.
9 Les digo esto para que no crean que sólo trato de asustarlos con mis cartas.