30 Pero al percatarse de lo que hacía y de la inmensidad de las olas que se le echaban encima, sintió miedo y comenzó a hundirse.—¡Señor, sálvame! —gritó horrorizado.
31 Extendiendo la mano, Jesús lo sujetó y le dijo:—¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?
32 Cuando subieron a la barca, los vientos cesaron.
33 Los otros discípulos, maravillados, se arrodillaron y le dijeron:—¡No cabe duda de que eres el Hijo de Dios!
34 Desembarcaron en Genesaret.
35 La noticia de la llegada de Jesús se esparció rápidamente por la ciudad. Numerosas personas corrieron de un lugar a otro avisando que podían llevarle los enfermos para que los sanara.
36 Muchos le rogaban que les dejara tocar aunque sólo fuera el borde de su manto; y los que lo tocaban, sanaban.