4 —No te detengas a conversar con nadie —le ordenó entonces Jesús—. Ve en seguida a que el sacerdote te examine y presenta la ofrenda que requiere la ley de Moisés, para que les conste que ya estás bien.
5 Cuando Jesús llegó a Capernaúm, un capitán del ejército romano se le acercó y le rogó
6 que sanara a un sirviente que estaba en cama paralítico y que sufría mucho.
7 Le respondió Jesús:—Iré a sanarlo.
8 —Señor —le dijo entonces el capitán—, no soy digno de que vayas a mi casa. Desde aquí mismo puedes ordenar que se sane mi criado y se sanará.
9 Lo sé, porque estoy acostumbrado a obedecer las órdenes de mis superiores; además, si yo le digo a alguno de mis soldados que vaya a algún lugar, va; y si le digo que venga, viene; y si le digo a mi esclavo que haga esto o aquello, lo hace.
10 Al oír esto, Jesús se maravilló y les dijo a quienes lo seguían:—¡En todo Israel no he hallado una fe tan grande como la de este hombre!